«Callejera de la fe»
Cuando apenas tenía 17 años comencé a soñar con niños africanos en zonas periféricas con los cuales jugaba y estaba con ellos.
Nunca soñé en hacer grandes cosas: «estar», «acompañar», era suficiente para que mi corazón rebozara de alegría.
Cuando mi balanza interior se inclinó por la vida religiosa y toque con mano el valor de la consagración, me di en plenitud.
Ya hermana, Hija del Oratorio, no era consciente de tanta gracia, pero mi alegría interior era tal, que me ganaba el entusiasmo de estar en el Oratorio con los chicos del barrio, a buscarlos en la villa a las 8 de la mañana los días domingos, o de esperar a que aparecieran las chicas del «Fuerte Apache» a las 7 am para ir a un encuentro.
La estructura del colegio por varios años no logro apagar el deseo de «salir» y la misión en Cafayate – Humahuaca (norte montañoso argentino), volvía a deleitarme con los parajes cálidos del día y bajo cero de la noche. Dormir sobre bancos con cueros de oveja como colchón fue motivo para aumentar el entusiasmo juvenil y la misión en la Patagonia nos encontró entre el viento del desierto, las lluvias y las heladas.
La misión de Pajan (Manabí- Ecuador) fue el «corolario» de mi vocación misionera. Todo concordaba para encender un fosforo y que ardiera la misión y así con los jóvenes nos internábamos en los recintos, cruzando ríos, desafiando serpientes, enfrentando el dengue y el paludismo, sin descontar las tormentas de grillos que traían el mensaje a los campesinos de una buena cosecha.
Hoy me encuentro, después de muchos años, viviendo en una estructura de cemento en la periferia del gran Buenos Aires, donde el verde y los parques han sido reemplazados por grandes monoblocks que promueven el «bienestar», la «individualidad» y matan la conciencia de «vecino» y «comunidad». Pero Jesús no se equivocó en su mensaje y dijo que «a los pobres siempre los tendremos con nosotros»… ¿será para recordarnos que tenemos que compartir?
En la periferia de nuestro vecindario, tenemos el barrio «Evita» y la villa del Mercado, allí abundan niños, jóvenes y familias hacinadas que esperan después de muchas décadas, que se cumplan las promesas gubernamentales, donde la pobreza mayor no es la material, sino la esclavitud de los vicios, la marginalidad moral, la falta de trabajo y de oportunidades.
¿Qué hace allí una Hija del Oratorio? Misiona. Se transforma en «callejera de la fe», en mensajera de esperanza, en una oreja que escucha, que contiene, que reúne niños y adolescentes con una soga para saltar y una pelota para jugar.
Ser representante de una Iglesia de puertas abiertas, que no tiene miedo de embarrarse o de sufrir algún accidente: «Prefiero una Iglesia accidentada por salir, que enferma por encerrarse.» (Papa Francisco, vigilia de Pentecostés 2013)
¿Qué es la misión para mí? Es todo, la esencia de mi bautismo y de mi ser consagrada. Es salir, hablar de Jesús, mostrar a Jesús, romper estructuras, dejarse evangelizar por los pobres, caminar con ellos, sentarme en su frugal mesa.
El Padre Vicente nos invita a no escatimar esfuerzos para acercar a los niños y jóvenes a Jesús, a dejarse sorprender por Dios y a no depender de nuestras seguridades…. A «alargar el horizonte de nuestro corazón», como dice el Papa Francisco.
Hermana Stella Maris