San Vicente Grossi, «desde el fin del mundo»
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El evangelio de la memoria litúrgica de San Vicente Grossi comienza describiendo que «se acercaban a Jesús todos los publicanos y los pecadores para escucharlo» (Lc 15, 1). No era una novedad que el Maestro se rodeara de los que vivían al margen de la vida social y religiosa, de los excluidos o no tomados en consideración porque estaban afuera de los esquemas indicados por la ley. Por su parte el Maestro no tenía problema de acercarse a estas personas, de dejarse tocar por ellos y de compartir la mesa y la convivialidad. También san Vicente Grossi tuvo esta actitud de cercanía y esta predilección por la periferia, por los lugares marginales. Cuando pensó a las Hijas del Oratorio las quiso «en los lugares más abandonados de las ciudades y del campo» (Const 1901) es decir en la periferia, en los lugares del descarte, de la marginación, junto a las jóvenes más necesitadas.
Desde hace 50 años las hermanas Hijas del Oratorio viven en un barrio de la periferia oeste de la ciudad de Buenos Aires. Aquí, casi en la fin del mundo, el carisma y las intuiciones de san Vicente Grossi han encontrado un lugar donde encarnarse y crecer. Aquí, justamente, con alegría y mucha emoción junto a los muchísimos alumnos de la escuela, a los docentes y a la gente de nuestra parroquia, hemos vivido el camino hacia la canonización y después de la canonización hemos celebrado a lo grande, como sabemos hacer en Argentina, la fiesta del 7 de noviembre, memoria litúrgica. El poder ser parte y hacer fiesta con nosotras hermanas, creo haya sido un tiempo de gracia, un tiempo bendito, un verdadero kairos. La canonización de nuestro Fundador es una ocasión única, este momento nos provoca a nosotras Hijas del Oratorio a ser creativas y concretas en el vivir y compartir el carisma que él nos dejó. Pero más específicamente nos invita a «no dejar inexplorado medio alguno para hacer todo el bien posible en medio de la juventud», para poder crecer en la pasión del pastor que «deja a las noventa y nueve en el corral y va en busca de la perdida» (Lc 15, 4). La misma pasión que animo a san Vicente Grossi a crear espacios concretos donde los jóvenes pudieran reunirse, estar, aprender y compartir, la misma pasión que lo llevo a ocuparse y preocuparse por su formación e instrucción, hoy nos contagie también a todas nosotras.
Pasión, creatividad y deseo de llevar los jóvenes, sobre todo, al encuentro con el amor infinito del Padre, esto será posible para cada Hija del Oratorio si permaneceremos unidas al Maestro como los sarmientos a la vid. Estar con el Maestro nos permite seguir sus pasos, conocer sus sentimientos y pensamientos para imitarlo y ser como Él.
San Vicente Grossi nos done la gracia de no separarnos jamás de la fuente, que es el Maestro y de estar en atenta y amorosa escucha de la realidad para continuar nuestro servicio a la juventud necesitada, fieles a su intuición originaria.
“La espiritualidad es reconocer y celebrar que todos estamos conectados”, dice Brené Brown por eso toda celebración necesita ser espiritual, sino no tiene profundidad alguna. Celebrar a San Vicente fue dejarnos empapar de su espiritualidad, de su vida, de su carisma para que nuestras periferias existenciales puedan ser iluminadas por el. El Papa Francisco dijo que venia “del fin del mundo”… Vicente vivió en lugares que pueden considerarse de caminos secundarios, y lo hizo en manera “apasionada”: apasionado en el dar, en el amar, en enseñar, en proponer, en humanizar. Un pedido que se hace oración, que como Hijas del Oratorio podamos ser parte apasionada de esa periferia en la que hoy estamos llamadas a dar una respuesta, esa pasión por un carisma tan actual, como real y practico, porque aun en el fin del mundo podemos seguir “despertando a los mejores sueños” aquellos de poder expandir, crecer y vivir con y por un Carisma.